viernes, 31 de julio de 2009

Leda y Oscar Wilde: sobre el arte


El crítico artista
(1981), es una obra teatral (quizás hasta parece un ensayo, en dos actos) en el que dos jóvenes, Gilbert y Ernest, entablan un diálogo platónico y debaten sobre el arte, la crítica, la función del crítico, la vida, la historia, el bien y el mal, la eternidad, el ser, en fin, el alma humana en general.
También Wilde, nos deja un guiño, pequeño, un vuelo de pájaro –que no sé si de cisne- para hablar de la superficialidad, de lo vano que resulta todo después de la muerte…

“El mundo lo hace el poeta para el que sueña”

El crítico artista
Primera parte

de Oscar Wilde


Acompañada de algunas observaciones sobre la importancia de no hacer nada GILBERT y ERNEST

Escenario: interior de una biblioteca de una casa en Piccadilly con Green Park.

Primera parte

[…]

GILBERT (Tras una pausa.).- [...] Cuando describe es un poeta. Todo el secreto consiste en eso. Era fácil, en las llanuras arenosas de Ilión, la ciudad azotada por los vientos, lanzar con el arco pintado la flecha cortada, o asestar contra el escudo de piel y cobre color llama el largo venablo de mango de fresno. Era fácil para la reina adúltera desplegar tapices de Tiro ante su señor, y cuando estaba tendido en su baño de mármol, arrojar sobre él la redecilla de púrpura y ordenar a su amante juvenil que apuñalase, atravesando la malla, aquel corazón que debería haberse partido en Aulide. […]; y Luciano nos dice cómo en la oscuridad del otro mundo vio Mempo el cráneo blancuzco de Helena y se asombró de que por tan vil despojo hubiesen muerto todos aquellos apuestos varones, de cotas de malla, y aquellas bellas ciudades quedaran derruidas. Sin embargo, todos los días la hija de Leda, parecida a un cisne, sale a las torres almenadas y contempla abajo la marea de la guerra. Los soldados de barba gris se maravillan de su belleza; ella permanece erguida junto al rey. Su amante está tendido en su estancia de marfil pintado. Bruñe su delicada armadura y peina el penacho escarlata. Su esposo va de tienda en tienda con un escudero y un paje. Puede ella ver su brillante cabellera y oír o creer oír su voz fría y clara. En el patio de honor, abajo, el hijo de Príamo se pone su coraza de bronce; los blancos brazos de Andrómaca rodean su cuello; deja él su casco en el suelo para no asustar a su hijito […]."

[…]

GILBERT.- […] ¿A quién le preocupa que mister Pater haya incluido en el retrato de Monna Lisa elementos que no había soñado Leonardo? Puede que el pintor no haya sido más que el esclavo de una sonrisa arcaica, como algunos han creído; pero cada vez que paso por las frescas galerías de Louvre y me detengo frente a esta figura extraña "sentada en su asiento de mármol, en medio de aquel círculo de rocas fantásticas, como bañada por una turbia claridad submarina", me digo en voz baja: "Es más remota que las rocas que la circundan; como el vampiro, que por haber muerto varias veces, conoce los secretos del más allá, se ha sumergido en aguas profundas y conserva a su alrededor la luz indecisa de esos parajes; ha vendido extraños tejidos con mercaderes orientales; fue, como Leda, madre de Helena de Troya, y como Santa Ana, madre de María; y todo eso le importó tan poco como la melodía de las liras y de la flauta; y sobrevive tan sólo en la delicadeza de los rasgos cambiantes y en cierto tono de los párpados y de las manos." Y yo digo a mis amigos: "El ser que de forma tan extraña surgió de las aguas reproduce el deseo del hombre durante miles de años"[…]."

Vera Lux

De esta manera, la pintura llega a ser, bajo nuestra mirada, más bella de lo que es en realidad y nos revela un secreto que ella misma desconoce, y la música de la prosa mística es tan dulce para nuestros oídos como la del flautista que prestó a los labios de la Gioconda esas curvas sutiles y envenenadas.

El crítico artista, Oscar Wilde


La obra completa: aquí

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el 16 de octubre de 1854, en Dublín nace Fingal O'Flahertie Wills, Oscar Wilde, para la posteridad. Hijo de un célebre cirujano irlandés y de una madre escritora. Cursó estudios en el Trinity College de esa ciudad. En su juventud participó en las reuniones literarias que organizaba su madre. Como estudiante en la Universidad de Oxford, destacó en el estudio de los clásicos y escribió poesía; su extenso poema Ravenna ganó el prestigioso premio Newdigate en 1878. Discípulo de Walter Pater y muy influenciado por el pintor Whistler, en 1891 publicó una serie de ensayos (Intenciones) que dieron pie a que se le considerase uno de los máximos representantes del esteticismo, cuyos aspectos más deslumbrantes y exquisitos puso de manifiesto tanto en su obra como en su vida. Oscar Wilde siempre hizo gala de un carácter excéntrico, llevaba el pelo largo y vestía pantalones de montar de terciopelo, se le conoció como uno de los integrantes del movimiento Dandy. Su primer libro fue Poemas (1881), y su primera obra teatral, Vera o los nihilistas (1882). Se estableció en Londres y, en 1884, contrajo matrimonio con una mujer irlandesa muy rica, Constance Lloyd, con la que tuvo dos hijos. Desde entonces, se dedicó exclusivamente a la literatura. Wilde quiso hacer de su vida un auténtica obra de arte, fiel a los planteamientos del estetismo finisecular y recogiendo la sensibilidad finamente decadentista de los prerrafaelistas. Logró así centrar la atención en su carácter extravagante y provocador, en el ingenio de sus convesaciones y en una amoralidad de la que hizo bandera en el conocido episodio final de su proceso y encarcelamiento por homosexualidad. En 1895, en la cima de su carrera fue acusado de sodomita por el padre de lord Alfred Douglas, el marqués de Queensberry, de sodomía. Se le declaró culpable en el juicio, celebrado en mayo de 1895, y, condenado a dos años de trabajos forzados; salió de la prisión arruinado material y espiritualmente, de allí viene su obre De profundis. Pasó el resto de su vida en París, bajo el nombre falso de Sebastian Melmoth. Se convirtió al catolicismo el 30 de noviembre de 1900, poco antes de morir. Provocador, crítico, sensible...

martes, 28 de julio de 2009

La fuente de Leda, de Alfonso Moreno Mora


La fuente de Leda

de Alfonso Moreno Mora

Muestran siete bacantes encantadoras, en la fuente
sentadas, sus desnudeces;
deben poblar del aire risas canoras
y del cisne hecho gritos las esquiveces.
Pues todas se disputan, con gestos francos,
la caricia que el cisne brindara a Leda,
y están que a poco se hunden los muslos blancos en el agua que un tálamo zafir remeda.
Los remos apresados por finas manos, el cisne chapotea, brilla la espuma
en los senos y brazos de las bacantes
que aun viendo sus deseos frustros y vanos y que apenas
del cisne tocan la pluma musicalizan, locas, esos instantes.

Ernesto Neves

Bajar sus Posesías Completas



Alfonso Moreno Mora (Ecuador, 1890-1940) perteneció a la generación de poetas cuencanos de inicios de siglo en la que Remigio Tamariz, Agustín Cuesta, Remigio Romero Cordero y Manuel María Palacios cultivaban el género madrigalista.

Moreno Mora por su parte, según algunos de sus biógrafos, no plegó a moda o vanguardia poética alguna pues se encontraba, en medio de la asincronía de los "ismos", ejerciendo su derecho a su singular percepción del tiempo. Sus obras y las de César Dávila Andrade, al decir de Efraín Jara Hidrovo, contienen el más significativo aporte de Cuenca a la poesía ecuatoriana.

sábado, 25 de julio de 2009

Leda en la Eneida: de amante a madre y abuela


De Publio Virgilio Marón, La Eneida relata la historia de Eneas desde que huyó desde las costas de la destruida Troya hasta las costas de Lavinia, para fundar lo que sería la gran ciudad de la antiguedad: Roma. El héroe Eneas según palabras de Virgilio "mucho padeció en la guerra antes de que lograse edificar la gran ciudad y llevar a sus dioses al Lacio, de donde vienen el linaje latino y los senadores Albanos, y las murallas de la soberbia Roma".

Según cuentan, la Eneida fue una obra escrita por encargo del Emperador Augusto, quien necesitaba refundar el Imperio y subir la autoestima del pueblo romano, dándole a este un origen mitico: nada más y nada menos eran descendientes de Venus y de Zeus.

Tres referencias directas, de los doce libros, encontramos en la Eneida sobre Leda, nunca la mencionan como amante de Zeus, pero sí como la madre de Helena, quien tantos daños causó a la ciudad de Troya, pues a ella y a sus descendientes, los troyanos deben tanto sufrimiento.

Libro I

Dido, la triste reina, le pide a Eneas que cuente su historia. Mientras esto se dispone a hacer, manda a buscar a su hijo Ascanio. También pide que traigan algunos regalos (un poco de lo que quedó de la ruina de Troya) para la reina Dido, entre los regalos encontramos la primera referencia a Leda, ya no como la amante de Zeus, sino como la madre de la fatal Helena:

"ornatus Argivae Helenae, quos illa Mycenis,
Pergama cum peteret inconcessosque hymenaeos,
extulerat, matris Ledae mirabile donum [...]

"Manda además traer unas preseas, salvadas de las ruinas de Ilión:
una falda recamada de figuras de oro
y un manto bordado en derredor de rojo acanto,
galas de la argiva Helena, que llevó de Micenas cuando fue a Troya
tras un infando himeneo, admirable presente de su madre Leda".

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Libro III

Andrómaca, la esposa de Héctor, le cuenta a Eneas sus infortunios, he allí que encontramos otra referencia a la descendencia de Leda. Habla sobre Hermione, la hija de Helena y Menelao y el infortunio que a ella, esposa de príncipe, le tocó seguir después de la caída de Troya:

(325) nos patria incensa diuersa per aequora uectae
stirpis Achilleae fastus iuuenemque superbum
seruitio enixae tulimus; qui deinde secutus
Ledaeam Hermionen Lacedaemoniosque hymenaeos
me famulo famulamque Heleno transmisit habendam.

[...], Yo después del incendio de Troya, llevada por diversos mares
tuve que sufrir la insolencia de un mancebo soberbio,
hijo de Aquiles, y concebí en la esclavitud;
el cual, prendado al poco tiempo de Hermione, nieta de Leda,
y prefiriendo enlazarse con una Lacedemonia,
me entregó a mí, su sierva, por esposa de su siervo Eleno".

El mancebo soberbio es Neoptólemo, hijo de Aquiles, de quien tuvo descendencia: Pérgamo, Píelo y Moloso.
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Libro VII

at non sic Phrygius penetrat Lacedaemona pastor,
Ledaeamque Helenam Troianas uexit ad urbes?
"¿No penetró así en Lacedemonia el pastor frigio y se llevó a Helena, hija de Leda, a las ciudades troyanas?"


Moonywolf

Con el cisne en la piel


Aunque su origen estuvo más cercano al ritual que a una práctica social poco recomendable, el Tatoo, o tatuaje, pronto se convirtió en un símbolo de culto a la naturaleza o una señal indeseable que marcaba una estancia en un lugar terrible (cárcel, campo de concentración). A partir de los 90, sin embargo, se transformó en un elemento meramente estético, que ayudaba a diferencarse de los otros dejando ver una personalidad rebelde, atrevida, audaz... ¿Quién no lleva un tatuaje en la actualidad? Aquél que le gustaría llevarlo.

Hoy encontramos algunas Ledas contemporáneas que se resisten a olvidar al cisne y se lo tatúan en la piel. La presencia del cisne en su cuerpo será permanente, no un simple encuentro.

¿Seríais capaces de grabaros el cisne? Eso sí que es una muestra de amor, y no sólo de deseo.














martes, 21 de julio de 2009

Si trasformar pudiese mi figura


Soneto XXVII

de Fernando de Herrera

Si trasformar pudiese mi figura
como el Ideo Júpiter solía,
en blanco cisne vuelto ya sería,
mirando de mi Leda la luz pura,

y sin algún temor de muerte oscura
en honra suya el canto ensalzaría,
su frente y bellos ojos tocaría,
ensandeciendo, ufano, en tal ventura.

Mas en luciente pluvia convertido
perdería el electro la fineza,
si el velo esparce, suelto en rayos de oro;

pero siendo en la falda recogido,
y junto al esplendor de la belleza,
tendría el precio del mayor tesoro.

Escuela francesa. Siglo XVI




Fernando de Herrera (1534 - 1597), poeta sevillano, es considerado como el jefe de la escuela sevillana, como a Fray Luis de León el de la salmantina. Curiosamente fue llamado "El Divino" por sus contemporáneos. Aunque de origen humilde, llegó a obtener una educación humanista en alto grado. Nunca llegó a ordenarse sacerdote, pero vistió siempre hábito clerical, lo que le permitió gozar de algunos beneficios correspondientes a este estado. Se enamoró platónicamente de la duquesa de Gelves, correspondiéndole ésta de algún modo, pero esta relación platónica nunca llegó a convertirse en una realidad concreta. Parece ser que él fue el testamentario de la dicha duquesa. Como muchos poetas conocidos entre sí en ese tiempo, asistió a tertulias, en particular a la del duque de Gelves. Allí llegó a conocer varios poetas famosos y a relacionarse con ellos, como Pacheco, Baltasar de Alcázar, Argote de Molina y otros.

La primera edición de las poesías de Herrera apareció en vida del poeta en Sevilla en 1582. Una segunda edición fue publicada por el pintor Pacheco en 1619 (365 composiciones). Herrera representa la total nacionalización del petrarquismo y del italianismo introducidos en España por Boscán y Garcilaso durante el Primer Renacimiento. El poeta da entrada a los motivos patrióticos y religiosos en su poesía, al lado de los eróticos y pastoriles del Primer Renacimiento. Hay énfasis, grandilocuencia, cultismos latinizantes, suntuosidad, opulencia verbal, complicación sintactica, acumulación y brillantez de metáforas, elementos todos que anticipan el arte barroco. Antes de su enamoramiento, Herrera quiso destacarse como poeta épico. Garcilaso, el soldado heroico del Emperador, embebido en su mundo pastoril, no escribe un sólo verso para cantar las glorias militares de su tiempo. Herrera, el clérigo sedentario, encarna poéticamente el ideal imperial de la España guerrera y religiosa y la interpretación providencialista de la monarquía española, convertida en brazo seglar de Dios para la lucha armada contra los enemigos de la cristiandad.

domingo, 19 de julio de 2009

Ovidio y Leda: entre Paris y Helena


El erótico poeta latino (el expulsado por amar y erotizar a través de la palabra escrita), nos deja un regalo, breve, contundente y corto: algunos guiños latinos, difíciles de obviar.


En su obra Epistulae Heroidum (o Heroides), Ovidio se inspira en aquellas mujeres (semidiosas o heroínas -como indica la traducción- de la cultura, de la religión, de la mitología, del amor), que perdieron o se alejaron de sus amantes por circunstancia adversas.



Ovidio plasma de manera rotunda lo que se siente ante la ausencia, el olvido, la distancia (la maldita distancia), o la pérdida del amor, a través de veintiún cartas que se intercambian esos grandes amores: Penélope y Ulises, Briseida a Aquiles, Dido a Eneas (una de mis favoritas), Deyanira a Hércules; Medea a Jasón, entre otros amores. En las últimas seis cartas Ovidio introduce una variante: los amantes se dan respuestas.

En la epistola 16 es París quien a Helena escribe y allí, están varios guiños, al origen divino de Helena, lo que hace imposible no mencionar al travieso Cisne y a la fogosa Leda.

París le cuenta a Helena cómo dio con ella, qué lo llevó a Esparta, e inevitablemente le narra el juicio, en el que (¿seducido? ¿comprado? ¿sobornado?) la pícara diosa del amor, Venus, tranquilizando al aterrado Paris, le ofrece a la hermosa hija de Leda:

"dulce Venus risit; 'nec te, Pari, munera tangant
utraque suspensi plena timoris,' ait;

'nos dabimus, quod ames, et pulchrae filia Ledae
ibit in amplexus pulchrior illa tuos.'"

En otro guiño, París recordando el momento en el que se encuentra ya en Esparta, menciona su impacto, cuando, por una floja túnica, puede ver el níveo pecho de Helena:

"tunica tua pectora laxa
atque oculis aditum nuda dedere meis
pectora vel puris nivibus vel lacte tuamve
complexo matrem candidiora Iove."

Y más adelante, el enamorado Paris, puntualiza:

"Iuppiter his gaudet, gaudet Venus aurea furtis;
haec tibi nempe patrem furta dedere Iovem.
vix fieri, si sunt vires in semine amorum,
et Iovis et Ledae filia casta potes."

A diferencia de las otras parejas, Helena, en la epistola 17, le envía a Paris su respuesta -un poco menos encendida, menos erotizada- y allí también, Ovidio nos hace otro regalo, otros dos guiños:

"...matris in admisso falsa sub imagine lusae error inest;
pluma tectus adulter erat
".

Y un poco más adelante, Helena es más específica contando su origen:

"dat mihi Leda Iovem cygno decepta parentem,
quae falsam gremio credula fovit avem".



Jean François Bremond

Salve Ovidio, gaudeamus....

(Para el Cisne, para que no olvide cómo conoció a Leda)

sábado, 18 de julio de 2009

Leda en el Poema secreto de Apollinaire


Poème secret

de Guillaume Apollinaire

Voilà de quoi est fait le chant symphonique de l'amour
qui bruit dans la conque de Vénus
Il y a le chant de l'amour de jadis
Le bruit des baisers éperdus des amants illustres
Les cris d'amour des mortelles violées par les dieux
Les virilités des héros fabuleux érigées
comme des cierges vont et viennent comme une rumeur obscène
Il y a aussi les cris de folie des bacchantes folles d'amour
pour avoir mangé l'hippomane sécrété par la vulve des juments en chaleur
Les cris d'amour des félins dans les jongles
La rumeur sourde des sèves montant dans les plantes tropicales
Le fracas des marées
Le tonnerre des artilleries
où la forme obscène des canons accomplit le terrible amour des peuples
Les vagues de la mer où naît la vie et la beauté
Et le chant victorieux
que les premiers rayons de soleil faisaient chanter à Memnon l'immobile
Il y a le cri des Sabines au moment de l'enlèvement
Le chant nuptial de la Sulamite
Je suis belle mais noire
Et le hurlement précieux de Jason
Quand il trouva la toison
Et le mortel chant du cygne
quand son duvet se pressait entre les cuisses bleuâtres de Léda
Il y a le chant de tout l'amour du monde
Il y a entre tes cuisses adorées Madeleine
La rumeur de tout l'amour
comme le chant sacré de la mer bruit tout entier dans le coquillage.


Michael Bergt




Guillaume Apollinaire (1980-1918), seudónimo de Wilhelm Apollinaire de Kostrowitsky, fue un ilustre poeta, novelista y ensayista francés. Nació el 26 de agosto de 1880 en Roma y fue registrado en el Ayuntamiento por una comadrona, porque su madre -una aventurera polaca- deseaba guardar el anonimato. Fue bautizado en la basílica de San Pedro. Su verdadero nombre era Wilhelm; su padre, un oficial del Ejército de las Dos Sicilias, Constantino Flugi d'Aspermont, a sus 44 años, había raptado de un convento a su madre y desapareció cuando Guillaume tenía cinco años. Cursó estudios en el liceo Saint-Charles, de Mónaco. Se sentía atraído por los intelectuales anarquistas. Instalado en París comenzó, una agitada carrera literaria, en medio de intempestivos enamoramientos. El más famoso, el de Annie, dama de compañía de la vizcondesa de Milhau, a quien sirvió como preceptor de la casa, de 1901 a 1902. Nada obtuvo de la joven inglesa a pesar de sus amenazas y súplicas. De esa pasión queda La Canción del Mal Amado. Al igual que Edgar Allan Poe, fue un enamoradizo. A su amor por Annie se sumó el que luego sintió por la pintora Marie Laurencin; después, apareció Louise de Coligny-Châtillon, quien se resistía a sus devaneos. Fue editor de revistas literarias de poesía, en las que publicó sus primeras obras. Intentó sintetizar la poesía y las artes visuales, ejerciendo una importante influencia tanto en la poesía como en el desarrollo del arte moderno. Los pintores cubistas (1913) es un ejemplo; otras obras suyas en prosa incluyen la novela El poeta asesinado (1916), basada en sus experiencias como soldado durante la I Guerra Mundial, y el drama Los pechos de Tiresias (escrito en 1903; pub. en 1918). Se considera que con esta última obra fue el introductor del surrealismo, y de hecho pasa por ser el primero que utilizó ese término. Su fama se basa sobre todo en sus dos volúmenes de poesía, Alcoholes (1913), considerada su obra maestra, y Caligramas (1918). Sus versos se caracterizan por la ausencia de puntuación. Falleció al caer la tarde del 9 de noviembre de 1918, luego de vivir como meritorio de un banco y de escribir novelas eróticas para ganar algo.

Una catalana Leda inocente


Leda innocent

de Josep Carner

Aquell matí, Leda innocent, besaves
el cigne de vivíssimes clarors
a tu vingut entre les aigües blaves
amb el coll cabdellat, tot amorós.

Ses ales foren aviat esclaves
de tos braços de vori; tremolors
dava el frec de sa ploma, i comparaves
l'ocell vençut, ton braç victoriós.

Tot amagant el cap, ell es fenyia
poc avinent, amb graciosa por,
inquiet de la teva companyia.

Tu vas perdre una mica la color.
ell, tanmateix, com en el llac solia,
va fer en la teva sina cabussó.

Frans Claerhout


Josep Carner i Puig-Oriol (1984-197) es considerado como el más brillante representante de la poesía novecentista catalana; y cuya aportación a la formación del catalán literario ha sido decisiva, asi fue llamado el príncipe de la poesía catalana. Nació en Barcelona, donde estudió las carreras de Filosofía y Letras y de Derecho. Muy precozmente se dio a conocer como columnista de La veu de Catalunya y como poeta: Llibre dels poetes (Libro de los poetas, 1904), Els fruits saborosos (Los frutos sabrosos, 1906) y Auques i ventalls (Aleluyas y abanicos, 1914) son algunos de los títulos que jalonan su lúdica y virtuosista primera etapa. El ingreso en el cuerpo consular lo llevaría a vivir en el extranjero, a partir de 1921 y a verse en condición de exiliado en 1939, primero en México y desde 1945 en Bruselas, donde moriría. La distancia y las circunstancias políticas confieren una inquietud y una nostalgia nuevas a su obra poética; de ello son testimonio títulos como El cor quiet (El corazón callado, 1925) y especialmente Nabí (1941), densa reflexión sobre la guerra civil, el exilio y la condición humana, que para muchos constituye el gran poema catalán de nuestro siglo.

martes, 14 de julio de 2009

Leda con otros (II)


Para esta serie hemos tomado un punto en común, para no confundir, para no tomar a cualquier mujer con animales como una Leda. Las acá colocadas siempre deben llamarse Leda y que, pues, Zeus finja otra metamorfosis, ser otro... pareja de traviesos...

Otra vez Leda con otros.


Leda
Miguel de Ivorra



Leda and the Emu
Clifton Pugh



Leda and the bird
Yuri Krasny



Leda and the Heron
Caspar Pond

domingo, 12 de julio de 2009

El cisne en Chelo...


Poco a poco Leda y el Cisne van tejiendo, urdiendo, encontrando y uniendo piezas de un puzzle cultural donde queda pieza encaja perfectamente, en la vida, en los sueños y en los deseos. Un camino que nos lleva por vericuetos inesperados, maravillosos, sublimes e incluso intrincados. La pieza musical de "Le cygne" de Camille Saint-Saens, nos remonta a una vieja nostalgia por lo que fue, por lo que se desea, por lo que se espera, por ese cisne o esa ninfa, que de manera inesperada y maravillosa llegan a nuestra vida.

La pieza "Le cygne" ha sido interpretada por los grandes chelistas, y pudimos elegirlos, pero deseos mayores y estéticos nos instaron a colocar una hermosa escena de la película (nada convencional, por cierto) My Summer of Love (cuyo título en español fue Mi verano de Amor o Malas Compañías, segun los países), en la que una de las protagonistas (Tansim) interpreta la magnifica obra con una sensualidad imposible de obviar y que sirve de metáfora perfecta: un dulce cisne transita con total tranquilidad por su espacio natural:



La película trata del encuentro de dos jóvenes. Se conocen un caluroso día de verano en el que Tansim, en su caballo, se detiene para observar a una hermosa pelirroja tendida en la grama: Mona (que en realidad se llama Lisa, otra vez, un guiño a Leonardo). Tansin invita a Mona a su casa, pero ésta no acepta de momento. Mona vive con su hermano que tiene una pequeña cantina llamada "The Swan". Juntas descubren el amor, la pasión, un pequeño momento de la vida, en que todo se paraliza y ocurre el milagro.


Un poco más de la película: aquí

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La pieza Le cygne forma parte de la obra Le carnaval des animaux, compuesta en febrero de 1886 mientras Saint-Saëns veraneaba en un pequeño pueblo de Austria. El compositor planeó la obra como broma para un día de carnaval, así que aparecen leones, gallinas, tortugas, canguros, burros y varios animales más y tiene toques de buen humor . El autor, según parece temeroso de que la obra resultara demasiado frívola y pudiera perjudicar su reputación de compositor serio, prohibió que esta obra se interpretara mientras él viviera (con excepción de una sola pieza: “Le cygne”). Sólo se dieron interpretaciones privadas para un círculo de amigos íntimos. Sin embargo, Saint-Saëns dispuso en su testamento que la suite podría ser publicada tras su muerte, y desde entonces se ha convertido en una de sus obras más populares.

Leda: entre el amor y el deseo

Entre el amor y el deseo
de Astrid Boucher
Hoy quiero dedicártelo a ti, música y lira. Hoy confieso mis dos deseos… uno maravilloso, celestial, intangible; el otro pequeño, virginal, puro, acaso metamorfosis de niña a ninfa. Y cuando eso ocurre, tengo que elegir entre la ninfa y mi dios. Me quedó con la primera, pequeña, casta, graciosa, de curvas apenas dibujadas… mi deseo. Me siento yo, Leda, como una Palas Athenea, sabia y dolorosa, entre la avidez y el amor, entre el deber y la sinrazón, entre la sabiduría y el desborde.
Leda, la Leda que soy, entra en contradicciones… Amo al cisne pero deseo a esta bella ninfa, que hoy con cuerpo de adolescente, me ruega ser un vínculo entre ella y la divinidad: me pide sexo, cisnes, roces.
En ella quiero dejar plumas, besos, recuerdos y deseos. Los observo desde una de mis torres (desde el palacio de Tindareo), los veo a ambos, se conocen, se reconocen, en ambos está mi olor… el cisne espera para controlar, para exigir, ella espera para excitar, para ser la fruta más deseada en la orilla de ese lago. A lo lejos, en mi torre, escucho sus notas adolescentes, me llama, es difícil aguantar la tentación. Espero que el cisne parta, hoy no es tiempo de cisnes. Hoy sólo quiero sentirla, hoy sólo quiero rozar a esa ninfa adolescente, hoy sólo quiero acariciar fragancias invictas, erguidas, que me invitan a ser parte de otra posesión, de otro ardor. Dos años, entonces serás mía.

Leda en Cuba


Neurosis

de Julián del Casal

Noemí, la pálida pecadora
de los cabellos color de aurora
y las pupilas de verde mar,
entre cojines de raso lila,
con el espíritu de Dalila,
deshoja el cáliz de un azahar.

Arde a sus plantas la chimenea
donde la leña chisporrotea
lanzando en tono seco rumor,
y alzada tiene su tapa el piano
en que vagaba su blanca mano
cual mariposa de flor en flor.

Un biombo rojo de seda china
abre sus hojas en una esquina
con grullas de oro volando en cruz,
y en curva mesa de fina laca
ardiente lámpara se destaca
de la que surge rosada luz.

Blanco abanico y azul sombrilla,
con unos guantes de cabritilla
yacen encima del canapé,
mientras en la tapa de porcelana,
hecha con tintes de la mañana,
humea el alma verde del té.

Pero ¿qué piensa la hermosa dama?
¿Es que su príncipe ya no la ama
como en los días de amor feliz,
o que en los cofres del gabinete
ya no conserva ningún billete
de los que obtuvo por un desliz?

¿Es que la rinde cruel anemia?
¿Es que en sus búcaros de Bohemia
rayos de luna quiere encerrar,
o que, con suave mano de seda,
del blanco cisne que ama Leda
ansía las plumas acariciar?

¡Ay! es que en horas de desvarío
para consuelo del regio hastío
que en su alma esparce quietud mortal,
un sueño antiguo le ha aconsejado
beber en copa de ónix labrado
la roja sangre de un tigre real.


Binder Art



Julián del Casal nació en la La Habana en 1863. A pesar de que su infancia transcurrió en un ambiente triste debido a la temprana muerte de su madre, mostró desde niño su gran vocación por la literatura, recibiendo una marcada influencia de los clásicos franceses, especialmente de Baudelaire, quien fue su ídolo literario. En 1888 viajó a Europa, deseaba enormemente ir a París, ciudad que le atraía enormemente. Sin embargo, no pudo. Estuvo en Madrid, donde trabó amistad con Salvador Rueda y con Francisco de Asís de Icaza. Regresó a Cuba un año después sin haber llegado a visitar la capital de Francia. Comenzó a acudir a las tertulias de la Galería Literaria y en 1890 publicó su primer libro de poemas Hojas al viento. Abandonado su puesto en Hacienda, trabajó como corrector y luego como periodista. En en 1891 había llegado Rubén Darío a La Habana, con quien Casal entabló amistad. El primero le dedicó a éste El clavicordio de la abuela; Casal, por su parte, había conseguido ese mismo año que La Caricatura apareciera el poema de Darío La negra Dominga; también publicó en La Habana Elegante un artículo sobre su amigo en 1893. Está considerado como un baluarte del modernismo hispanoamericano y una de las grandes voces de la poesía y la prosa cubana. «Hojas al viento» en 1890, «Nieve» en 1892, «Mi Museo ideal» en 1892 y «Bustos y rimas» en 1893, reunen la totalidad de su obra. Murió en 1893.

sábado, 11 de julio de 2009

Leda y la Moda: vestida de cisne (I)


La moda, la coquetería, el estilo, la elegancia, la innovación, la creatividad, la moda siempre la moda. Ya vimos a la islandesa Björk vestida de cisne, quizás de manera poco afortunada, pero es que la moda últimamente se parece al arte y al azar. En fin, Leda, mujer, femenina y motivo de inspiración no se podía quedar a un lado en esta tendencia, es esta forma de vivir tan occidental, tan fashion style... ellas (afortunadas o no), vestidas de cisne, son un poco Leda.


Esta vez, le toca el turno de mostrar la influencia del cisne en la moda, al diseñador Gabriele Colángelo que presentó, de la mano de Roberto Cavalli, The futuristic woman as swan collection. Nos ahorramos los comentarios y disfrutamos la colección:

Vestida de Cisne, sin duda


Con el Cisne en todas partes???


No son plumas pero a nosotros se nos antoja un traje de cisne:



Un Zeus de plata convertido en autómata


Pobre Zeus, convertido en un autómata de plata y cristal y encerrado en una urna desde 1774 para que sea observado como un bicho raro.


La Nueva Leda, de Antonio Romero Márquez


La Nueva Leda

de Antonio Romero Márquez

Flotando en esplendor tu cabellera
suelta todos sus pájaros, y canta;
una estrella cercena tu garganta
como la espada el cáliz de la hoguera.

Y ante el mundo, sereno, reverbera
el árbol de la luz que te levanta;
que brota fuego allí donde tu planta
fue semilla de vida verdadera.

¿Te arrastrarán los vientos a la isla
en la que el dios frenético legisla,
luminoso y fatal, amor y muerte?

Y si desnuda allí, cual nueva Leda,
el blanco cisne, lúbrico, te enreda
con su cuello y sus alas, ¿serás fuerte?


Antonio Romezo Márquez nació en Montilla en 1937. Estudió en las Universidades de Sevilla, Córdoba y Madrid donde obtuvo la licenciatura en Filosofía. Terminada la carrera hace incursiones en el mundo de la información. Durante un largo periodo de tiempo ejerce de redactor en el diario ABC de Sevilla, pasando a ejercer la docencia en Málaga como catedrático de Lengua y Literatura Españolas.

Autor de numerosos artículos en diversas revistas y periódicos de ámbito nacional. (Se le cita en la edición del Quijote del Instituto Cervantes). Ha realizado diversas traducciones, entre ellas La elegía de Marienbad con verso rimado y con la misma estrofa que emplea Goethe, así como Los Sonetos a Orfeo. Por encargo de Jorge Guillén, seleccionó los poemas que versaban sobre el mar, para incluirlos en la edición de su libro Antología del mar.

Entre sus publicaciones se encuentran: Silencio y columnas (1984), Versos para ser calumniado (1986), Sonetos (1989), Addenda (1991), Oda a la música (1993), Raiz y vuelo (1993), Las palabras del viento (1994), Sobre sombras y esplendores (1995), Violenta violeta (1995), El fuego es mío (Málaga, 1997), Escultor de relámpagos (1999), Jardín de arena (2001) y Arcilla iluminada (2003).

jueves, 9 de julio de 2009

Leda y el jazz


En esta ocasión hablaremos de fusión y de Leda..., de ritmos, de alma, de expresión. Por ello, comenzaremos la entrada analizando la oscura genealogía de la palabra jazz... De origen incierto, el término jazz parece derivarse del verbo francés jaser (asimilado a la lengua criolla de Louisiana), aunque curiosamente también así se llamó así a un paso de baile denominado Chasse, procedente del verbo inglés chase (proseguir), incluso de esta forma se llamaba a la existencia de un especialista en el cake walk, Jasbo. Esta fusión de términos y fonologías se vio favorecida porque los negros de Estados Unidos utilizaban un término de consonancia idéntica, procedente de los dialectos del África occidental para designar el acto sexual. Cuenta la leyenda (y algunos diccionarios del siglo XX), que la palabra jazz era utilizada en los barrios bajos, en los prostíbulos, en los bares, para hacer referencia a las relaciones sexuales, pero con una fuerte carga vulgar y denigrante, pues implicaba que la mujer era usada, un objeto sexual. Pero, afortunadamente, el tiempo pasa, las cosas cambian y el jazz (como ritmo musical) pasó a ser música de resistencia, nacida formalmente en el Estado norteamericano de Luisiana, concretamente en la zona de influencia de Nueva Orleans, donde los esclavos negros llegaban procedentes del África subsahariana en barcos, frecuentemente, españoles.

El saxofón, de Europa, tuvo orígenes menos desconocidos y más académicos, pero entre cambios, asimilaciones y fusiones le tocó ser uno de los instrumentos que acompañan este estilo musical. La forma sensual del saxo nos remonta, un poco, a los orígenes oscuros del jazz, su forma de cuello de cisne, nos deja una huella sobre el mito.

Y es así como en el siglo XX, después de una larga historia de intercambios,
el saxo fue considerado un instrumento popular o "para el jazz". Luego, en la mitad de ese siglo, pasa a ser junto con el jazz símbolos de resistencia, de insubordinación, música para expresar libertades, música para recordar raíces, para sentirse orgullosos de una piel oscura que resistió todo, música para expresar lamentos, sufrimientos, arraigos, música para improvisar, música de la calle, porque difícilmente el alma humana puede ser domesticada, esclavizada... (imposible domesticar a un cisne):


El jazz y el saxo, como Leda y el Cisne, quedan unidos en el inconsciente colectivo de la cultura occidental... y como esta influencia ha calado tan profundamente y como de músicos, poetas y locos todos tenemos un poco, hoy como curiosidad hemos encontrado un precioso saxofón en honor a Leda. Otra divina fusión: saxo, jazz y Leda.

Un hermoso saxofón, grabado por Julius Stenberg para la empresa norteamericana Conn, nos señala el camino de este grato encuentro, de esta hermosa y afortunada fusión, un deleite para saxofonistas, anticuarios, coleccionistas y buscadores de Leda:





lunes, 6 de julio de 2009

La nueva Leda, de Darío Herrera

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La nueva Leda

de Darío Herrera


–La tarde está linda, mamá; hoy no siento ninguna fatiga, no he tosido desde esta mañana... ¿Ves? Respiro muy bien, y creo que pronto estaré buena. Déjame ir a Palermo: no es día de corso y el paseo me pondrá mejor... te lo aseguro.


La madre contempló a la hija con su angustiosa mirada de siempre, y un rayo de esperanza brilló en aquellos ojos. Sobre la demacración terrosa del rostro de la joven, aparecía difun­dida una leve aurora; las pupilas tenían resplandores más in­tensos, y todo el semblante ostentaba inusitada animación, cual si en aquel organismo, corroído por la tisis, comenzara a realizarse una resurrección milagrosa.


El permiso fue concedido; y de la Avenida Alvear la victo­ria partió, al trote del vigoroso tronco. Recostada sobre los cojines del carruaje, Julia bebía con fruición el aire oxigenado de la gran calzada. Iba sola, y esto la contrariaba. Experimentaba la necesidad de hablar; una alegría secreta, cual fluido mágico, le circulaba por los nervios. Nunca se sintió en tan benéfica disposición moral; sus ideas tejían sueños luminosos, y su cuerpo impregnado de ese jocundo baño interno, se aligera­ba, llenábase como de vida nueva, e imprimía a sus músculos agilidad y fuerza... Sí, experimentaba la necesidad de hablar, de comunicarse con alguien, y lamentaba no llevar a su lado a alguna amiga. Pero carecía de amistades íntimas, hacía va­rios años. El mal se inició durante el paso peligroso de la in­fancia a la pubertad, y su manifestación más significativa fue una melancolía constante, que la retrajo de todo trato social. No se la veía desde la época en que, sana y fresca como las yemas primaverales, vertía en torno suyo el encanto de su in­teligencia precoz y la gracia de su prometedora belleza. Así, atravesó en su victoria, inadvertida, por entre los concurren­tes de Palermo, y fue a situarse junto al lago, bajo la radiosa calma vespertina...


Y en la tarde declinante, el lago esplendía como un espejo, en su quietud bruñida. Los árboles de la orilla lo circundaban, proyectando sus sombras en el agua hospedadora. Por inter­valos, desprendíase alguna hoja seca, voltejeaba en el vacío, y descendía a posarse sobre la superficie temblorosa. De las ave­nidas inmediatas, sordos e intermitentes, llegaban el ruido de los carruajes, el rehilar de las bicicletas, o el murmurio de las pisadas de los paseantes. Y la sensación de soledad del sitio, rota un momento, recobraba su imperio; y entonces, vibraba más claro y musicalmente el vuelo de la brisa entre el ramaje sonoro. Arriba, el cielo lucía incólume su azul, pálido como seda antigua; y en el horizonte, una gran nube de violeta epis­copal, era como un suntuoso catafalco que la noche prepara­ba al sol.


De improviso, en un recodo del lago, muy cerca, surgieron dos cisnes; avanzaron, e inmovilizáronse luego sobre la onda trepidante. Parecían contemplar, con recogimiento medita­bundo, la extenuación de la luz. Eran distintos: el uno blan­co cual un copo de nieve virgen; y el otro negro como tercio­pelo funerario; ambos igualmente hermosos en sus opuestos plumajes... Julia los miraba desde su coche, en el que hacía unos minutos se tendía con languidez, perezosa, fatigada, mientras un secreto malestar, una vaga opresión, le acongoja­ba el pecho, tal como si una bomba neumática, lenta, furtiva­mente, le extrajera de los pulmones pequeñas dosis de aire. El cisne negro la entristecía, sin saber por qué; antojábasele un pájaro mortuorio, y su pico teñido en sangre por algún acto cruel. En cambio, el blanco, al cual iban con más insistencia sus ojos, le traía al cerebro una visión lejana, cuando, años an­tes, viajaba con sus padres por Europa: un cuadro pictórico, visto no se acordaba dónde, en París, o en Roma, o en Flo­rencia. En el cuadro, un soberbio cisne, de blancor lácteo, desplegaba amorosamente sus alas sobre el cuerpo desnudo de una mujer, cuyas carnaciones opulentas parecían bañadas en una luz blonda. El cuello del ave se estiraba hasta el rostro, y su pico posábase en la boca, audazmente, como ávido de beber la sonrisa de los labios entreabiertos… aquel cuadro mirado con indiferencia infantil, había persistido por uno de tantos fenómenos cerebrales, en la memoria de la niña, y de su estado latente pasaba ahora a evocación activa, cristalizándose, lleno de revelaciones… «¡Qué dulzura suprema –pensaba Julia– la de esas alas sedosas, tibias, sobre la piel estremecida de la inspiradora del cuadro!»


A este punto, un escalofrío le recomo el cuerpo como rá­faga glacial. La tarde, sin duda, se enfriaba. Arrebujóse en el abrigo, puesto en el coche por la previsión materna, y volvió a recostarse sobre los cojines. La fatiga le aumentaba; crecía el secreto malestar de su pecho. Intentó retirarse, mas la detuvo el pensamiento de que si allí, en aquel paraje despejado, el aire le era esquivo, peor le sería en cualquiera otra parte. Sin embargo, y a pesar del abrigo, un escalofrío más recio le frotó de nuevo la epidermis, sacudiéndola toda. Sutiles corrientes de hielo deslizábanse ahora en la circulación de su sangre. Los oídos le zumbaban. Por el rudo latir de las sienes adivinaba que la cabeza le dolía, que le dolía violentamente; empero, el dolor escapaba a su percepción mental, le era insensible. Y la ligereza fluida de su carne, en vez de aminorar, progresaba, prestándole la ilusión de ser ya un elemento etéreo... Súbito, el paisaje se nubló; los seres y las cosas circundantes palide­cieron, perdiendo sus perfiles y contornos. Luego se borra­ron, se disiparon, se extinguieron y ante sus ojos sólo quedó flotando una gruesa bruma gris.


En verdad, aquello era anormal. Así lo comprendió Julia. Dióse también cuenta de que en ella moraba la causa, de que había recrudecido su enfermedad, de que se hallaba, tal vez, muy grave. Convino, de modo cabal, en lo urgente de su re­greso a la casa; y trató de incorporarse para dar al cochero la Borden. Pero dominaba su voluntad una inercia imperiosa, y su pensamiento permaneció incapaz de exteriorizarse. Y no pudiendo abandonar su actitud, inapta a toda acción física, cerró, resignada, los ojos, al peso insostenible de los párpa­dos... Entonces, al través de ellos –cual si fueran substancia translúcida– vio operarse una como representación teatral, en la que, a un tiempo, ella actuaba y presenciaba, siendo, por tal virtud, la espectadora de sí misma.


En su casta desnudez, semejante a una flor cándida, Julia se mecía sobre el lago. El agua era templada; pero a ratos, colá­banse por entre ella hilos finísimos de un líquido más denso, un líquido congelante, a cuyo roce el cuerpo le tiritaba con temblores espasmódicos. El firmamento, velado por nubes caliginosas, era una lámina de plomo; y sobre ese fondo, som­bríamente gris, en el cénit, un sol enorme, níveo, como de plata fundida, flameaba. La hoguera meridiana encendía la at­mósfera; y ésta, bochornosa y rarefacta, producía en jadeos sofocados.


En torno suyo, distante, un cisne blanco trazaba círculos centrípetos. Verificaba la aproximación despacio, en silencio. A medida que se acercaba, engrandecía, abrillantándose su blancura hasta despedir reflejos deslumbradores. Ya junto a ella, gigantesco, irradió un calor húmedo, y la envolvió en él, provocándole una transpiración copiosa. En seguida le rozó el cutis con la felpa del plumón; el pico le cosquilleó en los labios, y las alas tendiéronse y empezaron a abanicarla rítmi­camente... Pero todos estos contactos no la deleitaban, ni le eran siquiera inofensivos; antes bien, causábanle agudos mar­tirios. El plumón tenía la frialdad cáustica de la nieve; sobre su boca el pico imitaba una ventosa que le sorbía, poco a poco, con tenacidad implacable, la respiración; y el aire, re­movido por aquel inmenso abanico, carecía de frescura, tor­nándose, al contrario, en una especie de gas, cada vez más as­fixiante. Y el terrible pájaro gravitaba, ya por entero, en sus miembros paralizados, con peso abrumador. Y le fue odioso, infinitamente odioso; y como su cuello curvo serpenteaba sin cesar delante de los ojos de ella –de nuevo abiertos, casi exorbitados– alargó los brazos para asírselo; para, a su turno, asfixiarlo, estrangulándolo, y de esta suerte cobrarle todo su sufrimiento...


La extraña dualidad que poseía le permitió verse: sus manos se agitaban en el espacio, persiguiendo, en pugna encarnizada, el cuello del cisne. Y aquel cuello serpentino la chasqueaba, siempre, evadiéndose de los dedos con vertiginosa rapidez, en una burla abominable, en un zigzaguear tormentoso. La lucha duró unos minutos; al fin cansada abatió los brazos, recuperán­dola su inercia. Y para salvarse, al menos, de la visión de esa víbora blanca –la cual, después de oscilar burlona ante su vis­ta, reanudaba en los labios la horrible succión del aliento– con­virtió los ojos a lo alto. El cielo presentaba una modificación siniestra: tenía ahora el tinte de un terciopelo fúnebre. Y sobre aquella techumbre fatídica, fijo aún en el cénit, el sol se había trocado, en una esfera roja, de un rojo sangriento y opaco. También la actitud de ella en el lago era diferente: hallábase en pie, rígida, encima del agua, que la soportaba y retenía como una imantada superficie sólida. Y así, erguida, el malestar interno se guía su labor torturadora, duplicado, mientras fuera las alas con­tinuaban abanicándola, removiendo, transmutando el aire, enviándoselo en ondas crecientes de gas asfixiador. Y sobre su car­ne convulsiva el contacto del plumón era más frío...


Un brusco dolor en el pecho, un dolor atroz, destrozante como una mordedura la obligó a bajar los ojos. Y su espanto no tuvo límites. El monstruoso pájaro le horadaba el pecho, arrancándole pedazos de carne viva... La miraba agresivo dar–deándola con sus pupilas íbsfóreas en centelleos malignos. Luego, el pico volvió a penetrarle por el seno izquierdo, tala­drándoselo, y empezó, dentro, a hurgarle en el pulmón, a mordérselo, a desgarrárselo, deshilacliándoselo fibra por fibra con parsimonia feroz. El suplicio de ella era horroroso, y lo acrecentaba hasta lo imponderable su tiránica inercia...


Ya se creía condenada irredimible de aquella tortura, cuan­do he ahí que un tercer actor intervino, surgiendo, de repen­te, entre ambos. Era un cisne negro, gigantesco también, de lustroso pico escarlata, de plumaje aterciopelado, de aspecto, a la vez, lúgubre y espléndido. Y a su presencia, el blanco re­trocedió, se alejó, huyó veloz, evaporándose en la penumbra reinante... «Éste viene a seguir más cruelmente la obra del otro» –se dijo Julia, desesperada. Pero ¡oh prodigio! el negro cisne la estaba contemplando benigno, con ojos cariñosos, con ojos maternales, con ojos de una infinita dulcedumbre. Y sus alas se abrieron, y la arroparon, tibias, sedosas, acari­ciantes. Y aquella comunión de sus cuerpos, infiltraba en el de Julia un bienestar inefable: le anestesiaba el pecho, se lo untaba como de un bálsamo maravilloso, y le desvanecía to­dos los dolores, todas las angustias, todos los tormentos... En tanto, no se apartaban de los suyos los ojos del ave, llenos de no sabía qué ultraterrena ternura. Después, el pico la besó en la boca... y Julia sintió que deliciosamente se dormía.


Fue el beso piadoso de la muerte...


Kotász Károly





Darío Herrera (1870 - 1914) fue un famoso escritor modernista y diplomático panameño. Como diplomático desde 1897 recorrió Ecuador, Perú, Chile y Argentina, colaborando en éste país en el periódico La Nación de Buenos Aires. En 1904 es nombrado Cónsul en Francia, pero renuncia poco después por motivos de salud. Entre 1905 y 1906 visitó Cuba, El Salvador y México, donde realizó periodismo. En 1908 fue nombrado vicecónsul en El Callao, Perú; y en enero de 1911 fue nombrado Cónsul general. En enero de 1913 es nombrado Cónsul en Valparaíso, Chile; donde fallece.






Darío Herrara destaca sobre todo en el género narrativo, aunque en vida es reconocido sobre todo por su poesía. Gozó de prestigio continental y disfrutó del aprecio de los mejores escritores de su época. La obra poética de Herrera se caracteriza por una marcada influencia de Ruben Darío, y al igual que los parnasianos, demuestra una constante preocupación léxica y formal. En 1903 publicó Horas lejanas, el primer libro de cuentos publicado por un panameño y donde se recioge el cuento "La nueva Leda"