La que por un cisne
de Alejandra Pizarnik
Rió el loro al ver a Leda encamada con un cisne.
— Y vos dále que dále con el blanco paxarito. ¿Y si te deja enjinta?
— Pinto la cinta de la finca —Leda dixit.
— Abrí ese traste, sotreta —dijo el cisne quien, sibilino cual cerrajero de Silos, descerrajóle el ano a la enana que, mojada cual mojarrita comprando en Harrods una jarra, no reparó que el arúspice, le hacía ver las estrellas.
Extraído de Pizarnik, A. (1982). Textos de sombra y últimos poemas. Buenos Aires: Editorial Sudamericana. p. 157.
Marianne Gravlund Ilsfort
Alejandra Pizarrik (1936-1972) fue una poeta argentina nacida en Buenos Aires. Obtuvo su título en Filosofía y Letras por la Universidad de Buenos Aires y posteriormente viajó a Paris hasta 1964 donde estudió Literatura Francesa en La Sorbona y trabajó en el campo literario colaborando en varios diarios y revistas con sus poemas y traducciones de Artaud y Cesairé entre otros. Es considerada como una de las voces más representativas de la generación del sesenta siendo una de las poetas líricas y surrealistas más importantes de Argentina. Su obra poética está representada en las siguientes obras: «La tierra más ajena» en 1955, «La última inocencia» en 1956, «Las aventuras perdidas» en 1958, «Árbol de diana» en 1962, «Los trabajos y las noches» en 1965, «Extracción de la piedra de locura» en 1968, «El infierno musical» en 1971 y «Textos de sombra», publicación póstuma en el año 1982. Falleció con solo 36 años por una sobredosis como consecuencia de una profunda depresión.
En el prólogo redactado por Ruth Toledano para el libro de poemas de Alejandra publicado recientemente por El País se puede encontrar el siguiente texto:
"Toda, absolutamente toda su escritura es un camino por llegar más allá de los límites de las palabras. Y para quien las palabras son la única verdad, la sola realidad, la identidad, el yo, para alguien que concibe el lenguaje como cuerpo y viceversa, traspasar ese límite es superar su encarnación: imposible llegar hasta ahí y seguir viva (...)".
"Técnicamente Pizarnik murió de la ingestión de 50 pastillas pero, en verdad podría decirse que murió de una muerte de palabras, de la ingestión de apenas, quizá, 50 palabras. De entre ellas, unas, más peligrosas, más graves; otras, de naturaleza letal: la palabra infancia, la palabra corazón, las palabras animal, viento, pájaro, lila, verde, gris, las palabras pura, miedo, noche, angustia, nada, la palabra palabra, la palabra canto, la palabra silencio. No supo, ni pudo, ni sin duda, quiso distinguirlas de la propia existencia. Dejaba dicho que las palabras tal vez sean lo único que existe, que son piedras preciosas danzando en la boca del mundo, que hasta las que se olvidan sueñan mágicamente. Pero también que las palabras se suicidan, que se visten de féretros. De ahí la belleza de su poesía, su capacidad de seducción. Pero también, de ahí, el vértigo al que se asoma, la imposibilidad de salvación que certifica. De pocos poemas puede decirse, tanto como de los suyos, que deslumbra su luz y que aterra su sombra".