Inquietante es el adjetivo ideal para calificar la inclasificable obra de Marcelo Bordese. Es una obra, en su totalidad, onírica e irónica, transita por ambos mundos con el desenfado propio del artista al que sólo le interesa su arte, ars gratia artis. Explora ese mundo de las pesadillas y los sueños, ese al que todos nos hemos asomado pero difícilmente sabemos desentrañar, quizás por miedo, quizás porque sabemos de sobra que encontraremos ese mundo extraño que es la vida, el cerebro, los miedos, las obsesiones. Símbolos religiosos que se presentan en todo su esplendor, con todo el esplendor del dolor, el sufrimiento, la deconstrucción de símbolos y la construcción en otros. Mezcla de lo pagano y lo profano, mezcla de mitologías judeo-cristianas y griegas, juego de sintaxis en la que la belleza de la crueldad se admite, se disfruta. Obra de catarsis, obra de desconcierto, quizás de descontento... Otra manera de interpretar al mito.
"A los seres que pueblan mis pinturas
no los construyo, los destruyo.
Su pulpa final y deliciosa es
el plato servido en un banquete
en el cual yo soy un mismo creador,
verdugo, cocinero y comensal.
Marcelo Bordese
Buenos Aires
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