Teniendo una conversación con Leda y mirando su tristeza, le he preguntado qué le ocurre... ella, tan reina y tan triste me ha dicho:
"- He aprendido a observar a los cisnes, mejor dicho, al Cisne, a mi Cisne, y me he dado cuenta de que mientras más lo veo, lo observo, lo palpo, lo acaricio... más se me parece a un hombre, es más mío que nunca y sin embargo sé que será poco el tiempo que tendrá para mí, siempre otras urgencias lo retiran, se lo llevan, me abandona... Para mí es un ave distante, grande, adorado, amado, como un Dios... me he acostumbrado a que sea mi ave migratoria, alta, inmensa e inalcanzable en esencia es mi hombre, es presencia es mi Dios.
Difícil saber si su corazón pueda llegar a ser humano, distinto... entre tanta dulzura,
entre tanto sexo, entre tanto amor, entre tanta espera, entre tanta despedida, entre tanta tristeza y tanta alegría, entre tanta ternura; no, no quiero que sea humano.
Con cada despedida, querida Mariana, me he dado cuenta que ni la eternidad me borrará al cisne, sus marcas, sus caricias y su pico en mi piel. Ya basta de tanto Tindáreo, ya fue suficiente de tantos artistas... ahora, otra vez, ahora que se ha ido, mis urgencias están en su pensamiento.
Ahora soy otra vez la princesa de Rubén Darío... sigo triste, estoy triste y me desmayo en este rincón como una flor olvidada".
Entonces la princesa mira al infinito, observa ese mar, y con una lágrima le dice al horizonte:
"Mi dulce cisne, cómo te echo de menos".
Yo me retiro pensando en la melancolía de Leda y recordando una estrofa dariana: